No aprendí nada de la pandemia. Tampoco del apagón. El apagón me pilló hablando con mi ex por teléfono, así que técnicamente, me salvó un poco. En realidad las personas no aprendemos nada, y antes de que lo reconozcamos, mejor. Somos simples humanos que vamos a trompicones por la vida, apurados, como en la feria cuando te montas en los coches de choque, nos empujamos unos a otros, como el mosquito molesto que hace ese psss en la oreja y no te deja dormir, los días de alegría (esos en los que se asoma un ratito de felicidad) brillamos, tanto como brillan nuestros dientes después de una limpieza bucal. El resto de días sobrevivimos, intentamos no hacernos mucho caso, buscamos la luz entre las tinieblas, siempre esperando: un mensaje, una flor que crezca, un soplido de aire fresco, que el día se pase para que el amanecer nos cure por dentro. Pero, ¿qué estamos esperando? Pensamos que la suerte nos encontrará y nos dará eso que ansiamos. Es indudable que vivimos dos versiones de la vida, la primera en la que recogemos nuestros anhelos y errores, en la que nos posamos sigilosamente, son situaciones que nos imaginamos, son interrupciones molestas, son preguntas tipo: “¿y si hubiese sido distinto?”. Sin embargo, la otra es la que tienes en frente: en los gestos de tu familia, en el roce de tu perro, en el sol, en la alegría. Es la primera la que inunda de formol la belleza.
Hay días que no se necesitan grandes locuras. De hecho, en la mayoría no sucede nada. No hay desamor, ni trabajo al que renunciar, no hay malentendidos. En el silencio siempre se esconde una duda microscópica, un perdón que no dijiste, una puerta que no abriste, un tren que no cogiste. Qué más da, si a lo largo de mi vida ya he perdido muchos trenes, pienso. Decía Xacobe Pato: “Qué gusto da irse de los sitios en los que no se quiere estar: de una fiesta aburrida, de un trabajo el viernes, de un grupo de whatsapp archivado, de una relación de mierda. Hay un alivio casi físico en ese gesto de abrir la puerta y empujar el cuerpo hacia afuera”. Hace poco leí que este estado infantil e imaginativo de simulación, se denomina pensamiento contrafactual; versiones constantes que optan por habitar una realidad paralela. Como si se tratase de un hueco obsoleto, una carencia de la propia curiosidad, también de la insatisfacción. ¿Por qué? Porque nuestra mente inconformista busca, inventa, simula, no le basta con solo mirar, con estar aquí y ahora. Tiende a sobrepasar incluso nuestra propia ingenuidad, y lo hace descarada y minuciosamente, sin pedir permiso. No es un defecto, ni ninguna enfermedad. Es un mecanismo primitivo de autodefensa: buscar, anhelar, alcanzar. Quizá simulando una vida irreal se demuestra que la felicidad no tiene que ver con lo que uno posee, sino con la distancia entre lo que se tiene y lo que se cree que podría haberse tenido. Es ahí donde duele. Entonces nuestra mente lo proyecta a modo de castigo, como si nos susurrase: “te lo dije, esto es lo que dejaste escapar”. Supongo que el dolor no viene solo de lo que pierdes, sino de lo que pudiste haber alcanzado.
El fin de semana pasado fui con L. a ver el atardecer a los jardines del Palacio Real. Confesión: el Retiro no tiene nada que hacer cuando visitas por primera vez los Jardines del Moro, que son, una maravillosa sintonía de verdes y naranjas, de flores cabalgando a sus anchas; la zona cada vez está más bonita, para colmo están inaugurando cafeterías geniales como Always Open. Nos sentamos en un banquito, simplemente a contemplar. Runners, parejas paseando, turistas. Una pareja de mexicanos se quedan asombrados frente al Palacio Real, se quitan las gafas y se quedan mirándolo unos cuantos minutos. Es que Madrid es tan bonita, es que no sabemos lo que tenemos aquí, es que da igual la época, es que Madrid es mucho Madrid (algún listillo dirá que Madrid en verano es asfixiante, pues anda que Ibiza o Mykonos no lo son). Recuerdo la luz del sol escondiéndose, un olor a lavanda nos distraía, sacamos la cámara antigua y capturamos el momento. Es ilógico y puede que (alguien) piense tristísimo, pero hacer fotografías me parece un forma de estar presente. Es decir, buscar el ángulo, observar detalles que no te habías fijado antes, ver sonreír a la persona que tienes en frente. Y la recompensa final: reírte de todas las fotos que te han pillado con un ojo pipa. Tomamos un granizado de limón, hacía un calor del copón, nos daba igual.
Mientras escribo esta carta, se asoma sin querer El perdón que no llegó a tiempo de Simón Delmar. ¿Serendipia? Abro el poema que dice así:
Intenté llamarte.
Una, dos, tres veces.
Pero el teléfono ya no daba tono.
O tal vez eras tú quien ya no quería escuchar.
Me aprendí las palabras de memoria.
Las pulí.
Las volví más suaves, más humanas,
menos yo.
Quise contarte que me equivoqué.
Que lo sé.
Que ahora lo sé.
Y que a veces, saberlo duele más que haberlo hecho.
Pensé en dejarte una nota bajo la puerta.
En enviarte un correo sin asunto.
En pedirle al viento que te lo susurre,
por si aún te asomas a la ventana.
Pero no estás.
Y cuando alguien ya no está,
las disculpas se quedan flotando
como cartas sin dirección.
Pasé por donde solíamos vernos.
Te imaginé cruzando la calle,
riendo por algo que yo decía sin gracia.
Y entonces lo supe,
con la certeza de quien no necesita confirmación:
demasiado tarde ya.
Y no hay peor castigo
que querer pedir perdón
cuando ya no queda quien escuche.
Los atardeceres van pasando, recuerdo también el del domingo en casa con las niñas. Pienso mucho en aquella pregunta: ¿Qué estamos esperando? Es imposible vivir dos vidas, solo tenemos esta, además sólo dura un ratito. Las cosas que elegimos no cambian lo que pasó, pero sí pueden cambiar lo que viene. Ícaro Moyano, que creo es la única persona que ha vivido más vidas que todos nosotros juntos predica: “Entra en todas las salas con la vocación de ayudar, con el tono que baje el barómetro, con la mano tendida”. No pospongas el viaje. Deja de esperar a que la vida empiece. Quédate despierto hasta tarde con amigos. Disfruta de cada atardecer. Sé amable. Reserva ese viaje. Haz esa excursión. Ve a la playa. Quiere de verdad. Dile que lo sientes.

Feliz martes sin prisa,
Sofía
El dolor no solo viene de lo que pierdes, sino también de lo que pudiste haber alcanzado. Muuuy cierto🥹🧡
Se me ha escapado una lágrima con el poema❤️🩹