No lo tengo claro. ¿Somos la generación perdida? ¿La generación de cristal? ¿La generación de la diversión? Ay, qué pesaditos todos con intentar enfrascar a una generación que —por fin— se atreve a buscarse, a mirar hacia dentro, a desaprender lo aprendido, a interesarse por la salud mental, a hablar abiertamente de ello. Una generación que no le tiene miedo a conocerse, que viaja ligero y explora el mundo entero. Partiendo de la base de que nadie nos ha enseñado ni a cocinar un pimiento, no está mal, ¿no? Creo que intentar categorizar nuestra generación es una falacia cutre, gratuita y bastante patética inventada por “los de arriba”, cómodos en sus despachos con moqueta gris y trajes caros, que prefieren etiquetarnos antes que escucharnos. Quizá necesiten inventarse un bulo maléfico (como cuando el matón pone motes al niño buenecito e inteligente de clase simplemente para sentirse mejor y disimular sus miserias, no sea que alguien las vea). Entonces, toda esa burla se acaba convirtiendo en una especie de intimidación, reivindicación y revolución. Porque hay algo revolucionario en no tener todas las respuestas, pero atreverse igual. Y lo curioso es que nadie habla del verdadero cansancio: vivir cumpliendo expectativas que no elegiste, fingiendo que todo va bien mientras por dentro te preguntas si esta vida es realmente tuya. No es fragilidad, es agotamiento. Nos enseñaron a caminar en línea recta sin preguntarnos hacia dónde vamos. Y claro, cuando alguien elige andar por otros caminos o decide parar, lo tachan de débil. Pero a veces, lo más valiente no es seguir, sino lanzarse sin saber si volaremos o caeremos. Y aún si caemos, siempre habremos ganado algo: la certeza de que lo intentamos.
“Eres muy joven para entenderlo”. Hace un año anoté en una libreta las veces que escuchaba esa frase, ya fuese hacia otra persona o hacia mí. El número exacto fue de 63 en todo el año, es decir, mínimo cinco veces al mes. Lo que se podría traducir a más de una vez, todas las semanas. Son frases que se quedan prendidas en la memoria, es un ruido que me entumece y me aburre, como una nana repetitiva que lo único que consigue es que me duerma. Quizá hoy me encuentro más despierta que nunca, porque vivo escuchando tantas nanas que la bendición de dormir bien, hace que me levante salvaje y motivada. Si estoy perdida es porque me he equivocado a lo largo de mi corta vida infinidad de ocasiones, tantas que ya he perdido la cuenta y (hasta) el pudor de admitirlo. Menudo alivio reconocerlo, por cierto. He dicho que sí sin pensar, o he pensado más con el corazón que con la cabeza. Es mentira que hay que esperar el momento correcto para lanzarse (el momento correcto es el propio miedo disfrazado de excusa sensata, por eso hay que evitarlo a toda costa, nunca es el momento correcto y paradójicamente, todos lo son). También confieso que prefiero las noches que terminan amaneciendo que las que no empiezan nunca. He cometido errores con entusiasmo, esmero y alegría. He saltado a ese precipicio con cierta elegancia aún sabiendo que me habían dicho que no lo hiciese, he firmado contratos sin leer la letra pequeña. Pero le pongo ganas, eso sí. Cuando me equivoco, lo hago bien. Apuesto el número que no es, me enamoro de quien no se puede, vivo con instinto de supervivencia constante, cruzo la carretera sin mirar ninguna señal. Pero, ¿cómo se supone que uno aprende del error sin antes cerciorarse de ello? La verdad —esa que parece que todo el mundo persigue— no llega a los que se quedan esperando a saber qué. Hay que ir a buscarla. Y a veces se esconde dentro de un error, un tropezón, una mala racha, un despiste. Pero, además de que (casi) todo tiene solución, hay un placer encantador —adictivo— , que la sensatez jamás entenderá.
Repaso otras anotaciones que apunté:
“En las tinieblas es vital recordarse que también has vivido en la luz y que la luz no es menos verdadera que las tinieblas”. —Emmanuel Carrère.
Escuchar es la mejor forma de querer a alguien.
Roger Sterling: “No suelo filosofar antes del aperitivo, pero te recuerdo que la vida es de naturaleza finita.”
Hacer del trabajo tu mundo entero es una manera bastante aceptada —y hasta admirada— de escapar de tus responsabilidades con los demás, y de que se te perciba, aun así, como un adulto respetable.
La seriedad solo tiene algo de ternura cuando la ves en un niño que juega concentrado. En los adultos inteligentes, suele ser una señal de que algo se ha roto por dentro, de que el panorama no pinta nada bien.
Ir a terapia o charlar con amigos pueden curar el corazón.
Lo mejor de salir a cenar es el postre.
Viajes pendientes: Japón, Río de Janeiro, Costa Brava, Azores, Puerto Rico, Copenhague, (volver a) Roma, Capadocia, Sydney, Argentina.
Adoptar animales, darles de comer, que nos enseñen a querer.
Todos nos equivocamos. Todos aprendemos. ¿No va de eso la vida?
Placeres universales: sábanas blancas, un sorbo de agua fría después de tener mucha sed, el mar, la familia, el café por la mañana, las noches de verano, estar enamorado, las vajillas antiguas, hacer check en la to-do-list.
Colección de libros para estar salvajemente motivados:
Encantado de conocerme de Borja Vilaseca (me lo recomendó mi amiga A. cuando viví en California y me lo he leído varias veces).
¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson (old but gold).
¿Qué vas a hacer con el resto de tu vida? de Laura Ferrero (me lo he leído una vez, y tengo pendiente hacerlo de nuevo).

Feliz semana,
Sofía
La generación perdida, se equivocan. La generación que se encuentra, a pesar de los mil estímulos que nos bombardean. Somos unos guerreros!
No sé si perdida o no , lo que sí sé es que está SOBRADAMENTE PREPARADA para encontrarse 💖