Cae la lluvia sobre el cristal. Que llueva fuera y la temperatura sea de 23 grados es todo un lujo. En Japón llaman Amaoto al sonido de las gotas de la lluvia, esa melodía apaciguadora que calma, que hace que respires profundamente. Me pongo un cárdigan finito que me regaló C. hace un par de años, bajo las escaleras y me hago un café. Voy al porche acristalado de la entrada, miro las gotas de lluvia caer y pienso: me siento invencible. Es como si desde el momento en que me despierto y me hago el café, fuese un modo de confiar en el día. Me cuesta tanto estar en el presente, pero intento buscar ratitos de estar aquí y ahora, cuando todos duermen en casa, por ejemplo. Hace tiempo aprendí (que no quiere decir que me lo aplique, claro) que la única forma de ser un disfrutón es estar presente en lo que uno hace. En lo pequeño. En este café, en el amanecer, en un mensaje sentido, en las flores frescas del jardín. Mirar nuestras heridas con cariño también es una forma de invencibilidad, somos —precisamente— porque nos duelen. Recibo un mensaje: “Creo que la vida me ha calado por dentro, en el mejor de los sentidos.” Sonrío. Es la gratitud al saber que solo tú eres dueño de esta vida, la que a veces a uno le queda enorme y a veces te hace sentir torpe y pequeño, pero es tuya, y si quieres la puedes llenar de alegría, de arte, de libros, de amor y sol. Nadie más la va a vivir, qué tremendo poder.
Sigo sentándome en la silla como cuando era una niña. Las dos piernas dobladas hacia al lado derecho, inclinando mi cuerpo hacia el izquierdo. Desde que ya no está hablo con el abuelo todos los días, le cuento qué voy a hacer y le pido fuerzas. Tener fe me parece el mayor acto de bondad del mundo; pedir por los tuyos, por ti (independientemente de cualquier religión, incluso si eres ateo). Hace poco leí Biografía de la luz de Pablo d’Ors: “Todo empieza modestamente, lo característico de cualquier inicio es su modestia. Es la fe en lo poco lo que luego posibilita mucho”. Abrazo mis piernas, reclino la cabeza hacia arriba mirando el techo, sé que está aquí conmigo, lo siento a mi vera, me escucha sin juzgar. Tal vez me sienta invencible porque él me sostiene. La muerte me ha arrebatado muchas cosas, pero me ha dado otra: esperanza. Y es irónico, porque ha sido pensando en la muerte cuando más viva me he sentido, que aquí hemos venido a vivir, joder. Y que después de la lluvia, siempre sale el sol.
El otro día subrayé una frase de la escritora Brianna Wiest que me viene de perlas: “Temporary. Everything. All of it. Even the best of it, especially the best of it. We only have so many years to know human love and do human things. Love them, all of them, even the painstaking ones. Your willingness to fail is proportionate to your potential to gain, and to grow. The timer never stops running”. Todo se acaba. Lo efímero tiene algo cruel pero también algo liberador. Y sin embargo, perdemos cantidades obscenas de tiempo en cosas que sabemos (porque lo sabemos) que no nos hacen bien. Pasar tiempo indecente en redes sociales, discusiones absurdas, pensamientos rumiantes, la mirada que nos incomodó del vecino, el comentario estúpido que alguien dijo hace tres días. Pasarán los días, las semanas, los meses, los años, y un día sencillamente nos iremos, y nos quedaremos (con suerte) en los gestos de quienes nos amaron, en sus recuerdos, hasta que nos olviden. Pero antes de que eso suceda, pienso vivir ridícula y desbocadamente, sin pedir permiso, con mis inseguridades, con mis defectos, con mis miedos. Porque si solo tenemos una vida a la que aferrarnos, quizás, sea el amor y la fe en la belleza de estar vivos lo que nos salve. O lo que nos haga invencibles.



Feliz fin de semana,
Sofía
espectacular
Me gusta mucho!!!